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21 de octubre de 2024

Cuando la violencia golpea las puertas de la iglesia

¿Cuál es el rol que cumple la iglesia en torno a los casos de violencia doméstica? ¿Debería mediar en las causas donde tenga que intervenir la justicia? ¿Cuál es el consejo más apropiado que debería dar la pastoral a una mujer que confiesa ser víctima de violencia por parte de su esposo pero que no se atreve a denunciarlo? ¿Qué pasa cuando la víctima de violencia es el hombre? ¿Qué interpretación bíblica hay acerca de este tema tan escabroso? Estos y otros interrogantes fueron planteados a un grupo de pastores, líderes, comunicadores sociales y personas de influencia en el mundo cristiano.

articipan en este informe: Alberto SavazziniAlejandro CarrizoDaniela CorvalánEmanuel CenicerosFernando Alexis JiménezLis MillandRomina Mazzaferri y Viviana Barrón.

Los casos de violencia intrafamiliar son alarmantes en nuestro continente. La violencia trasciende géneros y de manera transversal afecta a todas las clases sociales. Por lo tanto, dentro de las iglesias la violencia sigue siendo un flagelo que avanza. Esto nos obliga como institución a prepararnos para dar respuesta a esta problemática y ser un lugar de sostén, de acompañamiento a tantas familias que están atravesando situaciones de violencia en sus hogares.

Es por eso que el tema de la violencia en el seno de las familias cristianas es algo que requiere nuestra atención y nuestro tratamiento, sin esquivar la responsabilidad que nos toca afrontar como iglesia, cuya misión también es, en parte, contener estas situaciones que se dan cada vez con mayor frecuencia en este ámbito.

La posición de la iglesia frente a casos de violencia
En líneas generales, las opiniones de los consultados coinciden acerca del rol que debe cumplir la iglesia y la pastoral, especialmente, cuando están ante un caso de estas características. “El rol de la iglesia es el de proteger, cuidar, afirmar, restaurar a la víctima. El acompañamiento es vital ya que en estos casos la autoestima es afectada y la culpabilidad podría aflorar como un agente destructivo en la persona afectada por la violencia”, dice el pastor Alejandro Carrizo, quien ejerce su función en la iglesia Las Buenas Nuevas en Houston, Texas.

“El rol de la iglesia en relación a la violencia doméstica no es homogéneo. Hay congregaciones que son un apoyo enorme para mujeres que sufren para acompañarlas y ayudarlas a salir de esas situaciones de sufrimiento. Dejar un hogar donde hay violencia es muy difícil desde lo emocional, pero también en lo económico, en lo habitacional y en una gran cantidad de cosas cotidianas que se complican mucho para la víctima”, sostiene Viviana Barrón, rectora del Seminario Internacional Teológico Bautista, de Buenos Aires. Su mirada teológica brinda un marco académico al tema y brinda otros aportes. “La Biblia enseña en términos generales que Dios siempre está del lado de los que sufren, como dice el Salmo 11:5 RV60: ‘Jehová prueba al justo; pero al malo y al que ama la violencia, su alma los aborrece’. Muchísimos pasajes de la Biblia hablan del amor y el cuidado mutuo en el seno de la familia, marcando como pecado toda forma de violencia o maltrato”, agrega Barrón.

Además de la mirada pastoral y la teológica del asunto, es enriquecedor conocer a quienes permanentemente se encuentran lidiando con este tipo de situaciones. Daniela Corvalán dirige el programa “Digna”, de la Fundación Elegí Sonreír, en Buenos Aires, que se especializa en la atención, consejería y acompañamiento a víctimas de violencia. Corvalán es enfática al decir que “la Iglesia debe utilizar la Palabra de la manera correcta y poner luz en estos temas, entendiendo que la esencia de Dios es el amor y que Él no nos quiere sufrientes, o destinados a una vida de tormento, que definitivamente es la vida que tienen aquellas personas que son víctimas”.

“La Iglesia debe tener una posición proactiva ante la realidad de la violencia intrafamiliar o doméstica” (Daniela Corvalán)

“Es necesario escudriñar las escrituras, como también preparar a miembros de la comunidad de fe a fin de hacer un abordaje correcto, mediante capacitaciones específicas en el área de violencia intrafamiliar y así poder armar un equipo de profesionales y especialistas que puedan dar respuesta a esta problemática. Es decir, la Iglesia debe tener una posición proactiva ante la realidad de la violencia intrafamiliar o doméstica”, agrega.

“Debemos involucrarnos activamente, teniendo en cuenta el rol social que también nos toca cumplir”, comenta el pastor Alberto Savazzini, de la iglesia IDEA, en la ciudad de Buenos Aires, y agrega que “el consejo más apropiado, no solo a la mujer sino a cualquier integrante de la familia que sufra de violencia (ya que debemos desmitificar que la violencia sea una calle de una única mano; particularmente he atendido dos casos de violencia desde la mujer hacia su marido) es, en el caso que la situación lo permita, la víctima debe salir del ámbito de intimidad con el violento y realizar la denuncia correspondiente a las autoridades”. Allí entramos más profundamente en la participación activa de la pastoral, y este tramo de las respuestas desnuda un gran error que se viene cometiendo hace años y que, si bien en muchas iglesias se ha subsanado o se está en proceso, otras, lamentablemente, continúan con la doctrina de la sujeción irrestricta de la mujer al hombre aun cuando es víctima de constantes agresiones.

“Como Consejera Profesional y Trabajadora Social, estoy en constante contacto con sobrevivientes de violencia doméstica y también con agresores”, relata Lis Milland, psicóloga puertorriqueña y autora de varios libros que abordan temáticas de salud mental desde una perspectiva cristiana. Agrega, además que “el porcentaje más alto de los participantes que asisten al Centro de Consejería que fundé es de personas cristianas y ministros. Soy testigo de primera mano que casos de violencia contra la mujer son alarmantes”. En relación con el accionar de la iglesia, Milland advierte que “me consta que la iglesia está haciendo un esfuerzo por orientar de manera saludable sobre este tema a la comunidad, tanto en eventos para la mujer, como en experiencias para matrimonios y jóvenes. Pero, cuando miramos al pasado, lamentablemente con pesar y en acto de arrepentimiento, debemos confesar que la misma iglesia en muchos contextos ha sido un ente que encubre y, en el peor de los casos, sustenta actos de violencia contra la mujer”.

Un texto fuera de contexto…
…ya sabemos cómo termina este postulado. La descontextualización de la Biblia a la hora de dar un consejo es moneda corriente en temas sensibles como el que estamos abordando. La carga de legalismo e ignorancia del contexto histórico y cultural en el que fueron escritos los textos bíblicos, indujeron a muchísimos pastores y líderes a dar consejos de “sujeción” a maridos alcohólicos, o de “sumisión” a esposos violentos. “Mi perspectiva es que, bajo casos de abuso y violencia, la esposa no está obligada a permanecer en ese yugo”, declara Fernando Alexis Jiménez, director del Instituto Bíblico Edificando Familias Sólidas, en Colombia. Por su parte, la teóloga Viviana Barrón se suma a esta consigna con una voz de alarma al decir que “conozco casos donde el consejo de los líderes es soportar la situación, y ahí se refuerza el riesgo y el sufrimiento de las mujeres y los niños. Quienes aconsejan así desconocen el peligro y la legislación vigente que va a priorizar detener el daño y dar espacio para la restauración de las víctimas y, en algunos casos, sancionar a los victimarios. Igualmente hay muchísima impunidad sobre eso. Los procesos judiciales son muy lentos y engorrosos y si las personas no tienen recursos para pagar un buen abogado quedan en desventaja”.

El famoso texto de 1 Corintios 13 que habla sobre las cualidades del amor, ha sido utilizado de manera incorrecta y como consecuencia de esto, mujeres y niños han sido sometidos a actos violentos dentro del ámbito familiar. El amor no es soportar los malos tratos, humillaciones, relaciones patológicas que dañan la autoestima o la integridad física, no es una invitación al auto sabotaje u olvidar el amor propio.

“Conozco casos donde el consejo de los líderes es soportar la situación, y ahí se refuerza el riesgo y el sufrimiento de las mujeres y los niños. Quienes aconsejan así desconocen el peligro y la legislación vigente que va a priorizar detener el daño y dar espacio para la restauración de las víctimas y, en algunos casos, sancionar a los victimarios” (Viviana Barrón).

La Iglesia y la Justicia
Hay casos que no pueden resolverse con una sesión de consejería ni con charlas pastorales. Tampoco con medidas aleccionadoras que pueda dar algunas iglesias de las que aun acostumbran a ejercer esta especie de disciplina. Si no que trasciende la frontera de la iglesia y se traslada al ámbito judicial.

El pastor Carrizo es bien enfático cuando se trata de violencia física contra la mujer. “El consejo es que debe denunciarlo (entiendo que algunos no se atreven, pero es lo apropiado). En algunos casos la justicia podría tomar como encubrimiento que alguien sepa del peligro que está corriendo esa mujer, podría incurrir en un delito si no se hace la denuncia apropiada. En algunos países como en Estados Unidos, el pastor está obligado a denunciar cuando se entera de un abuso de cualquier índole”. Por supuesto, esto aplica a ambos sexos, aunque, generalmente, el del hombre contra la mujer es el que más sale a la luz. La violencia de la mujer contra el hombre no es frecuentemente denunciada por vergüenza y en el caso de quienes están en algún ministerio, el temor a quedar expuesto y ver resentida su posición ministerial.

“La iglesia debería acompañar a la víctima y también denunciar al agresor. Muchas veces por desconocimiento, prejuicios o ingenuidad se desestima la situación violenta. Es importante contar con ayuda profesional sea psicológica, legal, administrativa para que no quede solo en buenas intenciones”, sostiene la periodista argentina Romina Mazzaferri. A lo que Daniela Corvalán agrega que “en los casos de violencia, en principio, se debe validar el sentir de la víctima. No presionar ante las decisiones que aún no pueda tomar. Brindarles las herramientas espirituales para que pueda comprender que Dios no quiere para las mujeres el sometimiento a la violencia. Que tanto hombres como mujeres tenemos en la Palabra los lineamientos del trato dentro de la vida conyugal y familiar. Y al transmitir claridad frente a estos hechos, favorecer la idea de tomar las medidas necesarias para salir del ciclo de la violencia”Lis Milland adhiere a esta línea de pensamiento al decir que “la iglesia está llamada a confrontar al victimario, responder a reconocer su pecado y sus posibles consecuencias”.

La iglesia, ¿previene?
La intervención de equipos de profesionales dentro de la iglesia también es algo que el teólogo mexicano Emanuel Ceniceros contempló en esta consulta. “Es una realidad que la violencia doméstica ha sido un tema muy complejo, pues para algunos la expresión del pastor cuando dice ‘obedezca a su esposo’, cuando él abusa de ella, genera un miedo y resignación en la persona afectada. ​​Creo que la iglesia puede intervenir siempre y cuando tenga la autorización de la persona afectada​​, pero para llegar a esto creo que lo conveniente es crear un equipo conformado por psicólogos y abogados dentro de la iglesia que traten estos temas de la mano de la oración y el ayuno, es decir, de la mano de Cristo”.

El accionar de la justicia en los casos donde la violencia desembarcó en alguna familia cristiana, no exime a la iglesia de seguir involucrada. Tal vez sea cuando más se requiera su presencia. Corvalán es clara al respecto y dada su experiencia en atender este tipo de situaciones, es una palabra autorizada al decir que “una vez que la situación se ha judicializado, como institución, la iglesia no puede intervenir sobre lo que la justicia determine. Sin embargo, el proceso de acompañamiento desde la Iglesia no termina, parte de este proceso recién se inicia, entonces es necesario que la víctima esté sostenida y fortalecida espiritualmente. Vale aclarar que, si tanto víctima como victimario manifiestan la necesidad de ser acompañados, desde la iglesia se debe ofrecer el acompañamiento sin desobedecer o interferir en las medidas judiciales pertinentes. Es por esto que insistimos en lo imprescindible de armar equipos interdisciplinarios para el abordaje”.

La prevención es un tema no menor. Si en las iglesias existieran equipos de orientación, prevención y acompañamiento en estos casos específicos, tal vez los casos judicializados serían menos. Lis Milland se explaya al respecto diciendo que “la iglesia y sus líderes no deben dejar de reconocer que la violencia familiar y el abuso en todas sus formas – verbales, psicológicas, físicas, sexuales – son perjudiciales para la integridad y el bienestar de familias y niños. Como personas de fe, no debemos dejar de abogar por el fortalecimiento de los factores que disminuyen la probabilidad de abuso: la orientación sobre el tema, las oportunidades de educación, empleo estable y salarios dignos, entre otros. La iglesia está llamada a ser proactiva ante la realidad de la violencia intrafamiliar. Hay mucho que debemos realizar en miras de atender este mal. Los líderes pueden enseñar y predicar una teología que prevenga e interrumpa la violencia doméstica porque debemos elegir ser aliados de los que sufren. Las iglesias pueden convertirse en espacios saludables que pueden ayudar a sanar a las personas”.

“La Biblia está llena de textos bíblicos acerca de la constitución que el matrimonio debe tener y cómo deben tratarse los esposos, y la violencia no encaja en ninguno de esos. Por otro lado, el denunciar es hacer justicia, y eso es lo que Dios nos pide, hacer justicia y misericordia” (Alejandro Carrizo).

Esta realidad de la violencia en las familias cristianas y su abordaje por parte de la iglesia nos plantea varios desafíos. Primero, a no desconocer que la violencia también está en la iglesia. Que no la queramos ver no significa que no exista. En segundo lugar, entender que como iglesia también tenemos como parte de nuestro llamado intervenir en estos casos. Son innumerables los consejos bíblicos que nos llevan a buscar la paz, velar por la armonía familiar, estar del lado de las víctimas, los más débiles, y, sobre todo, buscar justicia. En tercer lugar, profundizar los contextos bíblicos para no utilizar las Escrituras de manera antojadiza y dando consejos erróneos. “La Biblia está llena de textos bíblicos acerca de la constitución que el matrimonio debe tener y cómo deben tratarse los esposos, y la violencia no encaja en ninguno de esos. Por otro lado, el denunciar es hacer justicia, y eso es lo que Dios nos pide, hacer justicia y misericordia”, concluye Carrizo de manera categórica.

Por último, ser diligente en la conformación de equipos profesionales con base bíblica para el tratamiento, contención y acompañamiento a víctimas de violencia, sean estas mujeres, niños o también hombres, ya que muchas veces se invisibilizan los casos de violencia contra el varón, que también se da con una mayor frecuencia que la que pensamos.

Fuente :Vida Cristiana



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