5 de octubre de 2025
200 años de la Biblia en la Argentina

La Sociedad Bíblica Argentina celebra los 200 años de labor difundiendo la palabra de Dios en este país. En este artículo, un pantallazo del avance de las Sagradas Escrituras a lo largo de la historia y los hombres que han sacrificado hasta su vida para que esto suceda.
Hace 500 años, el conquistador español llegaba a América. Mientras tanto, Europa era sacudida por la Reforma protestante, que enseñaba, como primer punto, que todo el pueblo debía leer la Biblia. En 1569 salían de imprenta los primeros ejemplares de la traducción de Casiodoro de Reina. Pero ese mismo año, Felipe II extendía la Inquisición a América: entonces, la Biblia en castellano quedaba prohibida en nuestros puertos. Y así pasaron tres siglos.
Pero en 1806, un comerciante inglés, Robert Cowie, vio que la mayor necesidad de nuestro pueblo era la Palabra de Dios. La Sociedad Misionera de Londres, que había enviado a David Livingstone al África, envió al joven David Hill Creighton, convirtiéndolo en el primer misionero evangélico en pisar nuestro suelo. Los 600 Nuevos Testamentos que trajo tuvieron que ser desembarcados en Montevideo, por causa de las invasiones inglesas, pero algunos ejemplares llegaron a Buenos Aires. Uno de esos estaba en manos del presbítero Manuel Alberti, miembro de la Primera Junta, surgida del Cabildo Abierto del 25 de mayo de 1810.
Las autoridades religiosas obligaron a la gente a devolver todos los libros. Pero ese primer informe concluye con estas palabras, que son un testimonio casi profético para nosotros: “Haber propagado, bajo cualquier desventaja, la Palabra de Dios, es algo que siempre debe hacerse. Esa palabra… tendrá su retribución”.
En 1818, mientras San Martín preparaba la campaña al Perú, llegó Diego Thompson. Como Director General de Escuelas, con sueldo del Cabildo, usó porciones bíblicas como libro de texto. Su amistad con próceres de la independencia abrió puertas paraque los niños fueran instruidos en la Palabra. Como escribiría Juan Mackay: “Los nuevos cristianos aparecieron no con espada, sino con la Biblia”.
“Haber propagado, bajo cualquier desventaja, la Palabra de Dios, es algo que siempre debe hacerse. Esa palabra… tendrá su retribución”.
En 1825 llega a Buenos Aires John Armstrong, primer representante oficial de la Sociedad Bíblica, marcando el inicio de los 200 años de trabajo ininterrumpido. El mismo día que Bernardino Rivadavia asumía como primer presidente argentino, Armstrong envió 500 Nuevos Testamentos para las escuelas femeninas. La respuesta llegó de inmediato: Mariquita Sánchez de Thompson agradeció en nombre del presidente, a través de una emotiva carta que aún conservamos. Mientras en los salones se discutía de política, en los hogares y las escuelas comenzaba a germinar la semilla de la Palabra de Dios.
Tiempos de Rosas
Los tiempos de Rosas fueron muy difíciles para la obra bíblica. El informe de 1848 dice que “no hay nada que informar. No hay parte del mundo, con la que esté relacionado el nombre de cristiano, que tenga más necesidad de las Escrituras y que, sin embargo, presente mayor resistencia a su introducción”.
Las Biblias fueron quemadas junto con desnudos pictóricos, en Plaza de Mayo, frente al Cabildo.
Allen Gardiner
Pero llegaban hombres como Allen Gardiner quien, en su afán de traducir la Biblia para los tobas en el norte, y ganar para Cristo a los yaghanes en el sur, dejó su vida, junto con sus compañeros, por la enfermedad, el frío y el hambre, en una epopeya que sacudió al mundo cristiano.
Los colportores
Y comenzaba el trabajo de los colportores. Estos vendedores de Biblias, como Andrés Milne, Francisco Penzotti, Evaristo Suárez, Ferrarini, Cingiali y decenas de héroes más, recorrieron cada rincón de la Argentina, ofreciendo la Palabra de Dios en cada ciudad, cada rancho, cada taberna, cada gobernación, cada hospital, cada cárcel, buscando llegar a cada corazón con el mensaje del evangelio. Eran hombres sencillos, pero llenos del poder de Dios y de pasión por las almas. Creían que la distribución de la Biblia era el “arado” que preparaba el terreno para predicadores y misioneros.
Tenían una convicción que debemos revitalizar como iglesia argentina: la Palabra de Dios actúa por sí misma. Dios convence de pecado, produce el nuevo nacimiento, revela a Cristo, crea nuevos afectos, libera de los vicios, sana y trae vida nueva por medio de Su Palabra. Es el Espíritu Santo por medio de Su Espada quien resucita las almas, no los métodos o las técnicas del mensajero.
Los colportores recorrieron cada rincón de la Argentina, ofreciendo la Palabra de Dios en cada ciudad, cada rancho, cada taberna, cada gobernación, cada hospital, cada cárcel, buscando llegar a cada corazón con el mensaje del evangelio.
En 1877, José Mongiardino salió desde el norte hacia Bolivia. A pesar de las amenazas continuó, pero fue asaltado y asesinado a pedradas en las montañas. Su cuerpo fue arrojado a un río, con una piedra atada al cuello. El sacerdote local se negó a sepultarlo en la ciudad. El informe dice: “[Ellos] Son hombres que […] han probado y visto por sí mismos que el Señor es bondadoso. […] No consideraron sus vidas preciosas para sí mismos, con tal de terminar su carrera con gozo”.
Y así fueron naciendo las primeras iglesias. “Las Sociedades Bíblicas no solo nos han dado el Libro. A ellas les debemos algunos de los mejores predicadores en los púlpitos sudamericanos. A falta de Seminarios […], muchos jóvenes han tenido que tomar una maleta y hacer su escuela en el campo de batalla del colportaje. Golpeando de puerta en puerta; oyendo y contestando toda clase de objeciones; sufriendo insultos y recibiendo amenazas […] han ganado experiencias que jamás cambiarían por el más alto título universitario.
Leyendo el libro de la realidad han aprendido a conocer las necesidades espirituales y morales del pueblo […]. Al subir al púlpito hablan con una eficacia que no hubieran alcanzado sin pasar por esa ruta. Casi me atrevo a decir que el colportaje es moralmente obligatorio a todos los que aspiran al ministerio”.
La Sociedad Bíblica Argentina
Los informes de aquellos años están llenos de historias vibrantes. “Este año estuvimos reunidos con el presidente Domingo Faustino Sarmiento, hablando de la importancia de la Palabra de Dios”. O testimonios: “El pueblo de Dios está viviendo un tiempo sin precedentes. Por primera vez, el gobierno permite a las iglesias predicar al aire libre”. Donde estaba la iglesia, estaba la Sociedad Bíblica.
En 1966, hace apenas unas décadas, los líderes de todas las denominaciones afirmaron: “Ahora la responsabilidad es nuestra. Somos los argentinos quienes debemos llevar la Palabra a nuestro pueblo”.
Hoy, la obra bíblica recae sobre cada creyente. La protagonista es la iglesia de Cristo. Y la Sociedad Bíblica es el paje de armas, proveyendo la Espada para que la iglesia cumpla su misión. La Palabra que fue prohibida, hoy es proclamada. La Palabra que quisieron quemar, hoy enciende la alabanza del pueblo de Dios. La Palabra que enseñó a leer, hoy nos enseña a vivir, para Su gloria.
Fuente:Vida Cristiana
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