Durante un viaje, sufrió un infarto que lo llevó a una clínica local donde su corazón se detuvo. A pesar de los esfuerzos del equipo médico, al no responder, se consideró su muerte clínica con la intención de suspender el soporte vital. El Dr. George había estado conduciendo cuando sintió molestias en el pecho, inicialmente pensando que podría ser algo indigesto. Sin embargo, su estado empeoró, y tras un ECG, se confirmó que estaba sufriendo un infarto. Fue trasladado para más pruebas, pero su situación se agravó rápidamente. Tras el paro cardíaco, el equipo médico intentó reanimar al Dr. George durante 70 minutos con descargas eléctricas y compresiones torácicas sin lograr restaurar su ritmo cardíaco. Finalmente, decidieron limitar el soporte vital a solo oxígeno, considerándolo clínicamente muerto. La ciencia médica sugiere que el cerebro sufre daños irreversibles después de veinte minutos sin riego sanguíneo. En un momento crucial, la esposa del Dr. George, Sherry, llegó al hospital y, en lugar de aceptar la muerte de su esposo, oró por él. “Señor Jesús, Sean solo tiene 39 años, yo solo tengo 38, tenemos un niño de 10 años, necesito un milagro”, oró. En un giro sorprendente, el corazón del Dr. George comenzó a latir de nuevo después de su oración, un evento que muchos consideraron un milagro. “Cuando escuché todo ese ruido y todo ese alboroto, miré el monitor y me di cuenta de que el corazón de Sean había vuelto a latir. Y cuando escuché el pitido del monitor, pensé: ‘Oh, eso es algo muy especial’”, dijo ella. Después de su milagrosa reanimación, el Dr. George fue trasladado a centros más especializados para continuar su tratamiento médico. Los médicos le colocaron un stent en la arteria afectada para restaurar el flujo sanguíneo al corazón. A pesar de las dudas sobre su supervivencia y recuperación cerebral debido a los daños en otros órganos, el Dr. George comenzó a mostrar signos de mejora.