Lunes 17 de Noviembre de 2025

TEMA DE CONVERSACIÓN

16 de noviembre de 2025

¿Dónde está el verdadero éxito?







Por el Pastor Alan Fleitas
Es una pregunta que resuena en nuestros corazones con más fuerza de la que a veces estamos dispuestos a admitir. En un mundo que nos grita constantemente sus definiciones, es fácil, incluso para el creyente, caer en la confusión. ¿Es el éxito cristiano sinónimo de prosperidad económica y bienes materiales? ¿Acaso se mide por una vida libre de enfermedades o problemas? Incluso, ¿basta con haber firmado un pacto de salvación y tener una "relación" nominal con Dios?

Todas estas cosas pueden ser bendiciones, aspectos de la vida de fe o resultados de la gracia, pero si las tomamos como el objetivo final, corremos el riesgo de perdernos el corazón mismo del evangelio. El verdadero éxito, aquel que trasciende las circunstancias y perdura para la eternidad, no se encuentra en lo que tenemos, sino en quién nos sostiene y qué producimos a través de Él.

Para descubrirlo, debemos dirigir nuestra mirada a donde Jesús mismo nos señaló. En el Evangelio de Juan, capítulo 15, el Señor nos ofrece una imagen poderosa y definitiva que disipa toda duda. Él se declara la Vid verdadera, y a nosotros, sus discípulos, los pámpanos. El Padre, por su parte, es el labrador.

Aquí radica la esencia de todo. Jesús no presenta una metáfora opcional, sino la condición fundamental para una vida cristiana próspera. Las palabras clave de este capítulo son permanecer y dar fruto.

"El que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer" (Juan 15:5). Esta declaración es a la vez una promesa gloriosa y una advertencia solemne. La vida, la savia espiritual, la capacidad de producir algo de valor eterno, fluye únicamente de Cristo, la Vid. Un pámpano puede parecer verde y lleno de vida por un tiempo, pero si está desconectado de la vid, está muerto. Se seca, se vuelve estéril y su único destino es el fuego.

¿Y cuáles son esos frutos que definen el éxito? No son primariamente riquezas o salud, sino el carácter de Cristo manifestado en nosotros: "amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza" (Gálatas 5:22-23). Es una vida que impacta a otros, que atrae a los perdidos y que glorifica al Padre.

Pero surge una pregunta inevitable: ¿Cómo se logra esta permanencia vital? La respuesta no es un misterio esotérico, sino un llamado práctico y radical a la obediencia. Jesús lo deja claro: "Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor" (Juan 15:10). La obediencia no es un pesado yugo religioso; es el mecanismo divino por el cual nos alineamos con la fuente de vida. Es la evidencia tangible de que confiamos en el Labrador, de que creemos que sus podas, aunque duelan, son para que llevemos más fruto.

Esta obediencia tiene un costo: la muerte de nuestro viejo hombre. Implica crucificar diariamente nuestra autosuficiencia, nuestros deseos egoístas y nuestra rebeldía natural. Es un "morir para vivir". Y el resultado de esta obediencia radical, de esta permanencia constante, es una vida que ya no se centra en nuestros planes, nuestras fuerzas o nuestra gloria, sino que se vuelve completamente cristocéntrica.

El éxito verdadero, entonces, no es un destino al que se llega, sino un viaje de dependencia. No es una meta que se conquista, sino un fruto que se cultiva. Es la vida simple, profunda y poderosa de un pámpano que, abrazado a la Vid verdadera, permite que la savia de la gracia lo recorra por completo, transformándolo y haciendo que su existencia sea fructífera para el Reino.

Hoy, te animo a examinar tu corazón. ¿Dónde estás buscando el éxito? ¿En tus logros o en tu conexión con Cristo? Recuerda: separados de Él, nada podemos hacer. Pero permaneciendo en Él, daremos mucho fruto, y en eso consiste el verdadero éxito de la vida cristiana.

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